jueves, 3 de enero de 2008

Del texto “Los que esperan”:
Cristián Warnken Lihn
(29 de noviembre de 2007)

“Ahí está -¿cómo no verlo, cuando cae la tarde?- el hombre que espera. La mujer, con el niño en brazos, que espera. El anciano, con el tiempo sobre sus hombros, que espera. El señor del maletín y de los zapatos recién lustrados, que espera. La muchacha que se puso hermosa este día, que espera. ¡Y cómo esperan! Han esperado siempre, a pesar de lo que digan los que nunca han esperado, “que no pueden esperar”. ¡Pero sí esperan, esperan todavía, seguirán esperando, ahí, en las esquinas, a la ciudad nueva tantas veces prometida, que nunca llegó!
(…)¡Cómo pasa todo, cómo se va la vida, la belleza de la muchacha que se puso hermosa, cómo se viene la muerte del anciano, cómo se pierde la venta de los calcetines que lleva en su maleta el vendedor, por esperar! ¡Cómo se vacían las miradas de los que esperan, hasta volverse neutras, vacías, al caer la tarde!
¿Y qué esperan? Si les preguntaras, tal vez ya no sabrían decirte qué esperan. De tanto esperar, perdieron la ilusión, incluso la esperanza. Y entonces se pusieron a esperar sin objeto, a esperar solamente, como quien espera nada, ¡como quien espera la muerte!
(…)Los hicieron esperar, y esperaron, y de tanto esperar se les armó una paciencia inédita, se armaron de paciencia hasta los huesos, y se fueron gastando en la paciencia sin límite. Y ahora callan, y esperan. Ya no lloran, no gritan, no patean, no dicen que esperan. Sólo esperan, nada más, como si esperar fuera el único verbo de sus vidas, vidas sin sujeto, habitantes varados ahí en los paraderos de nuestra ciudad.
¿Habitantes, dijiste? ¡Por favor! Di lo que son de verdad: “Esperantes”, fantasmas de una espera más real que sus propias vidas.”