miércoles, 5 de diciembre de 2007

Del libro “Siddhartha”
Hermann Hesse

“- Has tenido suerte –comentó Kamala, al despedirse–; se te abre una puerta tras otra. ¿Por qué será? ¿Eres un mago?
Siddhartha replicó:
- Ayer te conté que sé pensar, esperar y ayunar, y tú encontraste que todo ello no servía para nada. Sin embargo, sirve para mucho. Te darás cuenta de que los ignorantes samanas aprenden en el bosque y saben muchas cosas hermosas, que vosotros no sabéis. Anteayer todavía era un mendigo sucio; ayer besé a Kamala; y pronto seré un comerciante y tendré dinero y todas las cosas que a ti te gustan.
- Eso es cierto –reconoció la cortesana–. Pero, ¿qué sería de ti, si no fuera por Kamala? ¿Qué serías tú sin mi ayuda?
- Querida Kamala –manifestó Siddhartha, al tiempo que se incorporaba–, cuando entré en tu parque, di el primer paso. Me había propuesto aprender el amor de la más bella de las mujeres. Y desde el momento en que me lo propuse, también sabía que lo lograría. Sabía que tú me ibas a ayudar; lo supe desde tu primera mirada, a la entrada del bosque.
- ¿Y si yo no hubiese querido?
- Pero has querido. Mira, Kamala: si echas una piedra al agua, ésta se precipita hasta el fondo por el camino más rápido. Lo mismo ocurre cuando Siddhartha tiene un fin, cuando se propone algo. Siddhartha no hace nada, sólo espera, piensa, ayuna, sin hacer nada, sin moverse: se deja llevar, se deja caer. Su meta le atrae, pues él no permite que entre en su alma nada que pueda contrariar su objetivo. Eso es lo que Siddhartha ha aprendido de los samanas. Es lo que los necios llaman magia y creen que es obra de demonios. Nada es obra de los malos espíritus, éstos no existen. Cualquiera puede ejercer la magia si sabe pensar, esperar, ayunar.”

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